EVA

Juan
José Arreola
Él la perseguía a
través de la biblioteca entre mesas, sillas y facistoles. Ella se escapaba
hablando de los derechos de la mujer, infinitamente violados. Cinco mil años
absurdos los separaban. Durante cinco mil años ella había sido inexorablemente
vejada, postergada, reducida a la esclavitud. Él trataba de justificarse por
medio de una rápida y fragmentaria alabanza personal, dicha con frases
entrecortadas y trémulos ademanes.
En
vano buscaba él los textos que podían dar apoyo a sus teorías. La biblioteca,
especializada en literatura española de los siglos XVI y XVII, era un dilatado
arsenal enemigo, que glosaba el concepto del honor y algunas atrocidades por el
estilo.
El
joven citaba infatigablemente a J. J. Bachofen, el sabio que todas las mujeres
debían leer, porque les ha devuelto la grandeza de su papel en la prehistoria.
Si sus libros hubieran estado a mano, él habría puesto a la muchacha ante el
cuadro de aquella civilización oscura, regida por la mujer cuando la tierra
tenía en todas partes una recóndita humedad de entraña y el hombre trataba de
alzarse de ella en palafitos.
Pero a
la muchacha todas estas cosas la dejaban fría. Aquel período matriarcal, por
desgracia no histórico y apenas comprobable, parecía aumentar su resentimiento.
Se escapaba siempre de anaquel en anaquel, subía a veces a las escalerillas y
abrumaba al joven bajo una lluvia de denuestos. Afortunadamente, en la derrota,
algo acudió en auxilio del joven. Se acordó de pronto de Heinz Wölpe. Su voz
adquirió citando a este autor un nuevo y poderoso acento.
«En el
principio sólo había un sexo, evidentemente femenino, que se reproducía
automáticamente. Un ser mediocre comenzó a surgir en forma esporádica, llevando
una vida precaria y estéril frente a la maternidad formidable. Sin embargo,
poco a poco fue apropiándose ciertos órganos esenciales. Hubo un momento en que
se hizo imprescindible. La mujer se dio cuenta, demasiado tarde, de que le
faltaba ya la mitad de sus elementos y tuvo necesidad de buscarlos en el
hombre, que fue hombre en virtud de esa separación progresista y de ese regreso
accidental a su punto de origen.»
La
tesis de Wölpe sedujo a la muchacha. Miró al joven con ternura. «El hombre es
un hijo que se ha portado mal con su madre a través de toda la historia», dijo
casi con lágrimas en los ojos.
Lo
perdonó a él, perdonando a todos los hombres. Su mirada perdió resplandores,
bajó los ojos como una madona. Su boca, endurecida antes por el desprecio, se
hizo blanda y dulce como un fruto. Él sentía brotar de sus manos y de sus
labios caricias mitológicas. Se acercó a Eva temblando y Eva no huyó.
Y allí
en la biblioteca, en aquel escenario complicado y negativo, al pie de los
volúmenes de conceptuosa literatura, se inició el episodio milenario, a
semejanza de la vida en los palafitos.
Comentario
crítico
E. S. H.
Eva es una crítica al
feminismo que discurre y enfrenta dos concepciones teóricas: la mujer vista
desde su construcción social, víctima de la historia; y la mujer vista desde su
condición biológica, es decir, reducida a sus funciones corporales. A través de
siglos de representación la mujer ha operado bajo la dialéctica del amo y del
esclavo “Durante cinco mil años ella había sido inexorablemente vejada,
postergada, reducida a la esclavitud” (Arreola, 2014) de la actividad y la
pasividad, del sujeto y objeto. Este papel histórico-religioso (La relación
entre Eva y la manzana) de la mujer contrasta con la teoría de J. J. Bachofen,
la cual propone que el matriarcado es el régimen más antiguo. Basándose en la
mitología y arqueología de distintas culturas, Bachofen concluye que la
maternidad es la fuente de la sociedad humana. Arreola complementa esta
referencia con la siguiente cita “cuando la tierra tenía en todas sus partes
una recóndita humedad de entraña y el hombre trataba de alzarse de ella en
palafitos” (Arreola, 2012), que refiere distintas mitologías: Gea de la
mitología griega, quien es el origen de la vida, y crea a Urano, el cielo, para
dar a luz a los titanes. Así como Nammu, diosa sumeria, quien por sí misma es
capaz de engendrar el cielo y la tierra. Asimismo, es importante recordar el
concepto del agua como estado primigenio que formó parte de distintas culturas
de la antigüedad, Sumeria, entre ellas.
Por otro lado, la
acción del cuento transcurre en una biblioteca, la cual posee un ligero matiz
de recinto sagrado (facistoles). Un ‘escenario complicado y negativo’ que
representa la historia de la humanidad ‘cinco mil años absurdos los separaban’.
En ella la literatura, que “En la medida en que significa […] está regida por
lo filosófico” (Cixous, 1995), está especializada en literatura española de los
siglos XVI, XVII (Amadís de Gaula, Crónica de la Nueva España, La Galatea,
Lazarillo de Tormes, Don Quijote de la Mancha, Fábula de Polifemo). Lo que nos
permite recurrir a un ideal de la mujer donde ésta es completamente pasiva, “o
la mujer es pasiva o no existe” (Cixous, 1995).
Una mujer que es vista desde el imaginario medieval, una bella durmiente
que espera en ser rescata y que tan sólo se muestra como deseable.
Finalmente, los
elementos que nos permiten afirmar como crítica del feminismo al cuento son la
teoría de Heinz Wölpe y el final de la historia. La primera tiene su origen en
el mito griego de la androginia, e impide establecer un código binario en donde
uno de los conceptos es jerárquicamente mayor, es decir, manifiesta el perdón a
los hombres “Lo perdono a él, perdonando a todos los hombres” (Arreola, 2012)
al establecer su correspondencia biológica. Mientras que el final de la
historia, ya no existe aquella otredad ni construcción social de la mujer, sino
tan sólo la animalidad, el deseo.
Referencias
Arreola, J. J. (2005). Confabulario. México: Editorial Planeta
Booket.
Cixous, Hélène. (1995).
La risa de la medusa. Barcelona:
Anthropos.
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